Las leyendas son parte de la cultura mexicana, y es en Córdoba, Veracruz donde se dice qué ocurrió una de las leyendas más populares de México, una hermosa mujer que logró escapar de la Santa inquisición, esta historia fue pasando de boca en bosa y hoy se la conoce como la Leyenda de la mulata de Córdoba, aquí te la contamos.
👫 Personajes:
- Soledad (La mulata)
- Don Martín de Ocaña (Alcalde)
- Carcelero
Leyenda La mulata de Córdoba
Cuenta la leyenda que había una mujer con la piel morena y el pelo rizado que volvía loco a cualquier hombre que la veía, nadie sabía de dónde venía ni quienes eran sus padres.
Aunque muy hermosa, Soledad tuvo la desgracia de nacer mulata, una mezcla entre indios y negros: dos razas que no tenían derechos y eran mal vistas por la sociedad. Esto provocó que Soledad se volviera solitaria y huraña. No obstante, nunca pasó desapercibida entre los vecinos, a quienes les gustaba murmurar extravagancias sobre su persona.
Los hombres juraban que la mulata Soledad era buenísima para sanar enfermedades incurables. Las mujeres casaderas aseguraban que ella tenía el poder de hacer que sus novios les propusieran matrimonio. Las mujeres casadas, celosas por las pasiones que la mulata despertaba en sus maridos, solían correr el rumor de que ella sabía de embrujos, magia y encantamientos.
Por las noches, se decía que si pasabas por la casa de Soledad, podías observar extrañas luces en su casa como si estuviera celebrando algún ritual. Pronto se corrió el rumor, incluso entre las personas más respetables, que la mulata Soledad había hecho un pacto con el diablo, y que en las noches le gustaba volar sobre los tejados aunque en realidad nunca nadie la vio. Sin embargo, no quisieron acusar a la mulata con la Iglesia, pues de alguna forma u otra, todos se veían beneficiados con su presencia; pero sobre todo, con sus dones.
Un día, cuando la mulata asistió a misa por la mañana, Don Martín de Ocaña, que era el alcalde de Córdoba, quedó prendidamente enamorado de la mulata. Ya había oído rumores sobre ella y sobre sus extraños poderes, incluso sobre el supuesto pacto que había hecho con el diablo; pero creía que sólo se trataban de supersticiones de pueblo.
Trató de hacerle la corte y le dedicó sus más bellas palabras, pero a Soledad no le interesaban los romances; y mucho menos con un señor tan entrado en años. El alcalde, poco acostumbrado a los desaires y a ser despreciado por mujeres, y sobre todo, por una de tan poco valor como lo era una mulata, sintió que su orgullo había sido burlado y despreciado.
Para vengarse, Don Martín de Ocaña utilizó a su favor los constantes rumores que el pueblo pregonaba en contra de Soledad. Así que acudió con las autoridades del Santo Oficio y la acusó de haberle dado una bebida para hacerle perder la razón.
La Iglesia, que también ya había escuchado rumores sobre Soledad, no dudó en apresarla de inmediato. Fue llevada presa sobre una carreta descubierta, la cual era custodiada por la mismísima Santa Inquisición hasta las mazmorras del castillo de San Juan de Ulúa. Se le acusó de practicar la magia negra, así como de invocar a los poderes de las tinieblas, de tener comercio carnal con Satanás y de burlarse de la religión.
Es verdad que muchas personas del pueblo le debían favores a la mulata, pues muchos fueron los beneficiados de su bondad y su talento para la medicina y la hechicería. No obstante, también es verdad que nadie le tenía cariño ni favoritismo. Bien se dice que por instinto, el ser humano rechaza todo lo diferente y extraño, y acoge en cambio aquello que le es familiar. En este caso, lo normal era siempre estar a favor de la Iglesia.
Así que si cuando la Iglesia les pidió a las vecinas de la mulata que testificaran en su contra, ellas lo hicieron sin rechistar. Contaron todas aquellas aventuras que habían escuchado sobre ella, los rumores que se corrían en el pueblo y alguna que otra historia improvisada en el momento.
Los sacerdotes de la Santa Inquisición escucharon con total atención cada uno de estos relatos. Escandalizados, condenaron a la pobre mulata culpable de brujería y fue condenada a ser ejecutada en la plaza pública en leña verde. El pueblo estaba encantado con la noticia, no tanto por ver morir a la mulata, sino por presenciar otra excelente historia de aquella mujer que daba tanto de qué hablar y entretenía a los pueblerinos con sus increíbles hazañas.
La mayoría de los presos solían aprovechar las noches para rezar las oraciones pertinentes que demostraran su arrepentimiento; pero la mulata de Córdoba no era cualquier preso. Ella prefirió pasar el tiempo dibujando un barco en la pared del calabozo con un trozo de carbón, que de pura casualidad encontró.
Los carceleros estaban impactados ante esta obra de arte. Constantemente se turnaban para poder bajar al calabozo, y observar los nuevos detalles del dibujo. Conforme avanzaba el tiempo, el boceto de barco con el que inició, se iba formando en un dibujo tan realista, que daba la impresión que en cualquier momento el barco saldría disparado a navegar.
Un día, cayó un terrible aguacero en la ciudad de Córdoba. El carcelero de turno no dejaba de observar a la mulata y a su hermoso barco. Imaginaba que ella entraba en su dibujo y salía volando por la ventana, como si fuera una especie de barco mágico.
Cuando terminó de llover, las calles estaban inundadas y el calabozo empapado por tanta gotera. De pronto, Soledad comenzó a sentirse inquieta, pues sabía que el momento había llegado; mientras tanto, el celador dormitaba muy a gusto en su esquina. La mulata lo despertó:
– ¡Hey, tú! ¡Carcelero! ¿Quiero hacerte una pregunta? –dijo Soledad.
–¡Eh! ¿Quién? ¡Ah, eres tú! –Contestó el celador medio dormido–. ¿Qué se te ofrece?
–¿Qué crees que le hace falta a mi barco?
–Pues, yo creo que… –dijo el celador pensativo–. No, nada, lo único que le hace falta es andar.
–Entonces mira cómo anda.
La mulata, como por arte de magia, subió las escaleras del barco y se mezcló con el dibujo de la pared. Ahora ya sólo había un dibujo con un tripulante a bordo. El celador no lo podía creer. Se talló los ojos y volvió a observar, ya no había rastro de Soledad.
El agua que se colaba por la ventana, por las goteras y por algunas paredes, alcanzó de pronto el dibujo y comenzó a borrarlo. Lo más sorprendente de todo, fue que el dibujo del pequeño tripulante en el barco, muy parecido a la mulata por cierto, le decía adiós con la mano al celador, mientras el dibujo se iba borrando.
Nunca supo el celador si lo había soñado, o si en verdad la mulata se había metido al barco para escapar del calabozo. Pero el pueblo murmuraba que algunos habitantes habían presenciado un pequeño barco que navegaba entre la lluvia y se alejaba hasta perderse de vista.