En la Óptica: Humor costumbrista en clave de espera

En esta breve pero deliciosa pieza teatral, un simple trámite se convierte en un auténtico duelo de paciencia, terquedad y absurdo cotidiano. “En la Óptica” retrata, con un humor tan reconocible como entrañable, el encuentro entre un hombre mayor —tan testarudo como desorientado— y una joven secretaria que intenta mantener la calma frente al caos que él mismo genera.

La obra se desarrolla íntegramente en una óptica, un escenario que funciona como metáfora de la visión: ver o no ver, entender o no entender, en un intercambio donde las generaciones se enfrentan y se cruzan con ironía. Lo que comienza como una simple confusión de fechas se transforma en una radiografía hilarante de la vida moderna: las esperas interminables, las excusas inverosímiles y esa necesidad tan humana de tener

Titulo: En la Óptica
Autor: J. UoUoU

 Obra de 2 Personajes:

  1. Secretaria. (mujer, no importa la edad, muy paciente, tiene toques de sarcasmo)
  2. Abuelo. (Hombre gruñón, educado, pero poco paciente y muy mala onda)

En la Óptica

ACTO 1

Secretaria: Buen día señor, ¿qué desea?

Abuelo: (A los gritos) Vengo a hacerme los lentes nuevos. (Le entrega un papel).

Secretaria: Señor, se equivocó de día. Su turno era ayer.

Abuelo: No me equivoqué nada. Vine ayer, pero no podía estacionar. Di muchas vueltas buscando estacionamiento, di tres vueltas manzanas y nada. Luego encontré un lugarcito, hice una maniobra rara y por fin lo metí medio cruzado al Torino. Cuando me bajé del auto, decía un cartel prohibido estacionar, garaje. Subí al auto y me fui. Hoy me pasó lo mismo, siete vueltas a la manzana di, hasta que por fin conseguí estacionamiento cerca de la óptica.

Secretaria: ¡Y como ayer no encontró lugar decidió venir hoy!

Abuelo: Bueno, ustedes deberían tener un lugar para que la gente estacione.

Secretaria: Epa, (mirando los estudios que el hombre le dio), según este estudio usted no ve casi nada, creo que no debería conducir un vehículo. Ni siquiera estoy segura de que me esté viendo a mí en este momento.

Abuelo: No necesito ver para conducir, yo manejo desde los 15 años. Mire si voy a necesitar que alguien me diga si puedo hacerlo.

Secretaria: A ver si le podemos hacer un lugarcito y atenderlo, ya que se vino hasta aquí.

Abuelo: En realidad había un lugar a unas cuadras de acá, pero me pareció muy lejos. Que, por ahí, uno no le quiere dar nada al chico que cuida y se lo rayan al auto.

Secretaria: No es que no había estacionamiento, sino que capaz usted no lo vio. (se ríe) Bueno mire abuelo, así terminamos con esto, le voy a dar…

Abuelo: No me diga abuelo, no soy abuelo, ni siquiera soy padre. Mi esposa no quiso tener hijos.

Secretaria: Su esposa… ella debería acompañarlo. No entiendo cómo le dieron el carnet.

Abuelo: No me dieron el carnet. Por eso mismo vengo a hacerme los anteojos. Y mi esposa me abandonó hace mucho, se fue con otro.

Secretaria: Ahora comprendo que no haya conseguido estacionamiento.

Abuelo: Que le digo que no había estacionamiento, que ustedes deberían poner afuera un estacionamiento.

Secretaria: Señor. Es una calle pública.

Abuelo: No lo sé, señorita. No me diga a mí lo que ustedes tienen que hacer.

Secretaria: Le voy a hacer un lugar. Tome asiento. 10.45, le conseguí un sobreturno.

Abuelo: ¡10.45! Yo no puedo esperar tanto. Mi vejiga a veces no me lo permite.

Secretaria: Tenemos baño aquí, caballero.

Abuelo: Tenemos baño, me dice. ¿Sabe a qué hora me levanté yo para venir hasta este lugar?

Secretaria: Bueno. Usted es responsable por el horario de llegada. ¿O también quiere que la clínica…

Abuelo: No, la clínica no tiene que hacerme nada, pero…

Secretaria: Y, además, era ayer que tenía que venir.

Abuelo: Vine ayer, nada más que no había lugar para estacionar.

Secretaria: Calmémonos, señor. Calmémonos. Tome asiento, por favor.

Abuelo: Tome asiento, me dice. ¿Y si no quiero sentarme?

Secretaria: Bueno, quédese parado.

Abuelo: Claro que no, con el dolor de piernas que tengo, ¿cómo me voy a quedar parado? Me voy a sentar.

Abuelo: (A los 5 minutos tocó el mostrador. Discúlpeme, con un papelito en la mano). ¿A qué hora me dijo que me había dado el turno?

Secretaria: No se preocupe, en ese papel está todo anotado. Ya lo van a llamar.

Abuelo: Sí, ya sé que está anotado. Pero no lo veo. ¿Por qué se cree que vengo a sacarme los anteojos nuevos?

Secretaria: (Se ríe la chica) 10.45, caballero.

Abuelo: ¿Y cuánto falta para las 10.45?

Secretaria: No se preocupe con la hora. Lo van a llamar por el parlantito.

Abuelo: Lo van a llamar por el parlantito, pero si falta tanto y yo por ahí no escucho, o por ahí estoy distraído, o me levanté para ir al baño, porque ustedes tienen baño acá, pero… seguramente dentro del baño no haya un parlante donde se escuchen los números que ustedes van contando.

Secretaria: 10.45, señor. Son las 9.38.

Abuelo: Uh, falta un montón. ¿Me podría ir a tomar un cafecito?

Secretaria: Si quiere, puede ir. No se olvide que tiene que estar acá 10.45 en punto. Acá, pegado a la óptica, hay un barcito.

Abuelo: Entonces me voy al bar. Me voy a pedir un cafecito. ¿Eso si lo cubren ustedes?

Secretaria: No, no, eso es particular. No tenemos nada que ver con la cafetería.

Abuelo: Pues deberían tener algo que ver. Si a uno le dan un turno que es una hora después, le deberían por lo menos cubrir los cafés. Y el estacionamiento ni les digo. Yo pagué el turno, pero resulta que después vienen con que hay que pagar el café, hay que pagar el estacionamiento, hay que quedarse acá parado. Uno no se sabe si…

Secretaria: ¿Cuánto hace que se le fue la esposa, caballero?

Abuelo: Encima, graciosa. Me voy a tomar un cafecito. ¿Cuánto falta para mi turno?

Secretaria: ¿Va a tener que hacerse esos anteojos rápidos, abuelo?

Abuelo: No soy abuelo, ya te dije.

Secretaria: Bueno, pero se va a tener que hacer los anteojos y después preocúpese por la licencia de conducir.

Abuelo: Usted preocúpese por lo suyo, m´hijita. Yo sé lo que tengo que hacer. (Y se va a sentar a su lugar).

Secretaria: ¿Entonces no va a tomar el café?

Abuelo: Ya no tengo ganas de tomar café. Usted me hizo sacar las ganas.

Secretaria: Ah, entiendo por qué se fue su señora. 237… 237… (Alguien se levanta) Pase por aquí. Pase, por favor.

Abuelo: (Vuelve el hombre al mostrador). Discúlpeme, ¿cuánto faltaría para mi número?

Secretaria: ¿Usted tiene el 239? Está aburrido. Si quiere tiene una revista ahí para leer.

Abuelo: ¿Para qué quiero revista si no ve que no veo? Por eso vengo a la clínica. Además, las revistas que tienen ustedes acá seguramente son todas viejas.

Secretaria: Tenemos revistas nuevas, caballero. Siéntese a leer una.

Abuelo: Revistas nuevas, dice. Seguramente son de cuando Argentina salió campeón en el 78.

Secretaria: Si quiere le podemos dar un vasito de agua. Tome asiento, ya se lo traigo.

Abuelo: De eso sí se hace cargo la clínica. De dar un vasito de agua. (rezonga) No puedo estar sentado. No me traje la almohadita para las hemorroides. Tampoco puedo estar parado mucho tiempo porque me duelen las rodillas. Creo que no tendría que haber venido hoy.

Secretaria: No, no tendría que haber venido hoy. Tendría que haber venido ayer. Agradezca que apareció un sobreturno.

Abuelo: Agradecer dice, agradecer a quién. Además, me acordé que le pagué solamente una hora al chico. Dice que llegué a las 9.30 y me dio turno 10.45. Es más de una hora. Mire si me raya el auto cuando llego afuera.

Secretaria: No le van a rayar el auto. El chico hace mucho que cuida los coches aquí en esta cuadra.

Abuelo: ¿Y cómo sabe usted que estacioné en esta cuadra? Si ni siquiera tienen un estacionamiento para la gente. A lo mejor lo dejé más lejos. (Da unas vueltas en el lugar) Señorita, ¿usted sabe si en el bar venden café descafeinado?

Secretaria: No lo sé caballero. Ese es un bar privado. No depende de la clínica. Pero puede ir y preguntar.

Abuelo: ¿Cómo voy a ir? ¿Y si se me pasa el turno? ¿Y si cuando vengo ya no encuentro asiento? Porque ustedes le tiran el asiento a otra persona que llegó.

Secretaria: Vaya, yo le cuido el asiento. Le prometo que cuando venga el asiento va a estar.

Abuelo: Sí, va a estar el asiento. Va a estar el asiento. Así como iba a estar el lugar para estacionar y no estaba. Además, si me voy hasta allá y no tienen café descafeinado. ¿Para qué voy? Mire si voy a preguntar y no tienen café descafeinado. Voy a tener que volver. Ya te dije, no puedo caminar mucho, me duele la rodilla.

Secretaria: Busque en internet el número. Se llama Café París, y pregúntele si tiene.

Abuelo: Qué graciosa que es usted. Qué graciosa. Si yo pudiese ver ese celular no estaría aquí.

Secretaria: Cuando tenga los anteojos nuevos ya va a poder leer. Y va a poder salir a perseguir chicas nuevamente. Se lo nota muy pícaro a usted. (La chica está en la computadora, lo mira de arriba abajo).

Abuelo: No. No, no, no. No puedo perseguir a nadie. Ya le dije que no puedo por la rodilla. Y si las persigo en auto… las chicas de hoy manejan muy rápido, manejan más rápido que yo y se me escapan.

Secretaria: Entiendo, entiendo, abuelo. Ah, cierto que no es abuelo porque su esposa no quiso tener hijos. Claro. Y que se le fue con otro… vaya a saber uno por qué.

Abuelo: Aquí deberían tener televisores para que la gente no se aburra.

Secretaria: (mirada rara por sobre los anteojos). Sí tenemos televisor, ahí enfrente.

Abuelo: Yo pensé que era un cuadro, ¿y por qué no lo escucho? Porque escuchar, si escucho bien.

Secretaria: Está mudo, señor. Solamente pasa publicidad de la empresa.

Abuelo: ¿Y para qué quiero publicidad de la empresa si ya la conozco, si ya estoy acá? Tendrían que poner música, o poner por lo menos alguna película de cowboy.

Secretaria: ¿Para qué quiere una película si usted ni siquiera vio el televisor? Imagínese si va a ver los protagonistas.

Abuelo: Yo las películas de cowboy las conozco casi todas. Así que ni bien la escucharía, ya seguramente me la estaría reconociendo. No necesito verlas; con escuchar el sonido, yo ya sé lo que va a pasar. Me vi un montón de películas de cowboy en mi tiempo. Pero bueno, ahora ya casi no las pasan. Pasan publicidad nada más, y encima de ustedes mismos. Publicidad, ¿para qué quiero yo la publicidad?

Secretaria: Ay, Dios caballero, caballero. (Claramente ofuscada) Deme un segundo. (La mujer levanta el teléfono, habla con la doctora y le dice, sí, es urgente, sí atiéndalo. Es un hombre grande, sí, sí, sí. Trata de que el abuelo no la escuche).

Secretaria: ¿Sabe qué, caballero? Tengo una buena noticia para usted. La doctora lo va a atender ya, inmediatamente. Le dije que era una urgencia, así que le adelanté los turnos sobre los demás.

Abuelo: Muchas gracias, señorita, muchas gracias. (El abuelo vuelve a la silla a buscar el bastón). Ser hincha pelota, ser hincha pelota, (Le está diciendo a quien está sentado). Siempre funciona, siempre funciona. Siempre funciona. (Desde el fondo se escucha la voz de la mujer que dice), Alberto Urritzamendi, (el hombre mira el reloj). 9 y 42, apenas cuatro minutitos. Vio, le dije, ser hincha pelota siempre funciona, siempre funciona (y desaparece). Siempre funciona.

Conclusión

“El turno equivocado” es una de esas piezas breves que logran decir mucho con muy poco. A través del choque entre una secretaria agobiada y un hombre mayor convencido de tener razón, la obra expone —con ternura y humor— una radiografía de lo cotidiano: la incomunicación, la espera, el fastidio burocrático y, en el fondo, la necesidad de ser escuchados.

Su fuerza no está en la anécdota, sino en la humanidad de sus personajes. En cada réplica se percibe algo que reconocemos: el malentendido que se repite, la impaciencia, la picardía, la nostalgia. Y es ahí donde el texto se vuelve más que una comedia: se convierte en un espejo amable, donde el espectador puede reírse de sí mismo sin sentirse señalado.

Para quienes buscan material teatral, esta obra es una excelente opción para trabajar el humor de situación, la escucha escénica y la interacción generacional. No requiere grandes recursos técnicos, pero sí una interpretación que sepa sostener la naturalidad del diálogo y el ritmo interno de las pausas.

En definitiva, “El turno equivocado” demuestra que el teatro costumbrista sigue vigente cuando se atreve a mirar lo cotidiano con ironía y afecto. Porque, a veces, basta con una sala de espera, dos personajes y una confusión de fechas para recordarnos que —como el propio protagonista afirma— “ser hincha pelota, siempre funciona”, aunque el público sepa que en el fondo lo que realmente funciona es reírnos un poco de nosotros mismos.

Puesta en escena y recomendaciones para el montaje

Aunque “El turno equivocado” se apoya principalmente en el diálogo, su fuerza escénica proviene del ritmo, la gestualidad y la interacción entre los personajes. Con pocos recursos puede lograrse una ambientación efectiva y muy reconocible, ideal tanto para salas pequeñas como para representaciones en espacios alternativos.

Escenografía y utilería

El entorno es una óptica o consultorio de atención al público, que puede recrearse con elementos mínimos:

  • Un mostrador o escritorio con computadora o papeles (representando el puesto de la secretaria).
  • Sillas o bancos de espera (pueden colocarse al lateral o frente del mostrador).
  • Un cartel o señal de turno visible (real o simulado).
  • Detalles opcionales: diplomas enmarcados, revistas viejas, dispenser de agua, o un pequeño televisor apagado.

El abuelo puede portar bastón, lentes antiguos, un sombrero o saco gastado, y algún papel arrugado (su “orden de turno”) que manipula constantemente.

Música y sonido

La música cumple un rol ambiental y de transición, no protagónico.

  • Inicio: puede usarse una melodía ligera o jazz suave que evoque el inicio de una jornada en la ciudad.
  • Durante la obra: se sugiere mantener un murmullo de sala de espera (pasos, timbres, teléfonos, murmullos lejanos).
  • Cierre: al momento en que el abuelo consigue que lo atiendan antes, puede sonar un toque triunfal o cómico, subrayando la ironía final.

Los efectos de sonido (puerta que se abre, número que se anuncia por parlante, teléfono que suena) ayudan a sostener el ritmo sin interrumpir el diálogo.

Iluminación

Debe ser blanca y pareja, simulando la luz de un espacio público o consultorio.

  • Puede atenuarse brevemente cuando el abuelo recuerda o exagera algo, para dar un toque expresivo.
  • El contraste entre el mostrador (frío y ordenado) y la zona del público (más cálida o desprolija) puede reforzar visualmente la distancia generacional.

Dirección e interpretación

La clave está en el tempo cómico y la naturalidad:

  • El abuelo debe evitar el tono de caricatura y apostar al ritmo pausado, repetitivo y obstinado del adulto mayor que reclama con convicción.
  • La secretaria representa la formalidad y la paciencia institucional, que se va resquebrajando poco a poco.
  • Los silencios, miradas y pequeños gestos son tan importantes como las palabras: la risa surge de la tensión acumulada.

Alternativas de puesta

  • Puede representarse como obra corta independiente o dentro de un ciclo de microteatro.
  • En talleres de actuación, funciona muy bien como ejercicio de improvisación o de ritmo dialogado.
  • También es adaptable a formato radiofónico o audiovisual, donde el juego de voces y ruidos de ambiente cobra protagonismo.

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