Hoy les dejo la primer obra de teatro de Francisco Compañ Bombardó que publicaremos en el sitio, la misma es una comedia en la que participa una joven pareja, espero la disfruten y comenten. Es una obra en tono de comedia que aunque parezca más larga que otras son textos en su mayoría cortos que aceleran la reproducción de la misma.
Titulo: Me estresas
Autor: Francisco Compañ Bombardó
Personajes:
- Chico: Este personaje es muy tranquilo. Aparenta siempre controlar la situación. Viste de sport.
- Chica: Este personaje es acelerado y hablador. Viste a la moda y de manera elegante
ACTO ÚNICO
Al levantarse el telón la escena representa el salón de una casa de clase media. El CHICO está sentado en el sofá leyendo un libro. La CHICA aparece cargada con unas diez bolsas, pues viene de las rebajas.
COMIENZA LA ACCIÓN
– Chico: (Al ver aparecer a su mujer cargada de bolsas.) ¿Has encontrado lo que querías?
– Chica: (Acelerada) Cariño, ¿te parece a ti que haya encontrado lo que quería? (Mostrando las bolsas.)
El CHICO sonríe cómplice, y vuelve a centrar su vista en el libro.
– Chica: Pues no. No lo he encontrado.
– Chico: Vaya… ¿Pero tú has mirado bien?
– Chica: ¿Me estás diciendo que no he mirado bien? ¿Me estás queriendo decir que no sé buscar la prenda que yo quiero?
– Chico: No, no… Lo decía porque con el alboroto de gente… Pues tal vez no te hayas fijado.
– Chica: O sea, lo que quieres decir es que yo voy como una loca por los sitios. Sin fijarme ni nada.
– Chico: No he querido decir eso, cielo.
– Chica: Yo lo he escuchado. ¿O también vas ahora a decir que no te escucho? Porque es lo que me faltaba.
– Chico: Simplemente hay días en que uno está más despistado que otros. Es algo normal.
– Chica: Será normal para ti. Que siempre estás despistado. Y con esa calma… ¡¡Qué parece que no tienes sangre, hijo!!
– Chico: Es que hoy es sábado y estoy relajado.
– Chica: Para ti siempre es sábado. Y cuando no es sábado es domingo.
– Chico: También tengo mis días malos.
– Chica: ¡¡Já!! Permíteme que me ría. Yo sí tengo días malos. Cada veintiocho días. Y no sé aún a qué huelen las nubes. La regla duele, ¿sabes?
– Chico: Sí. Lo sé. Me lo dices todos los meses.
– Chica: ¿Te molesta que te lo diga? Ahora ya no le puedo decir a mi marido que me duele cuando me viene. Vamos, que tendré que sufrir en silencio. ¡¡Esto es el colmo!!
– Chico: No he querido decir eso. Tú lo sabes.
– Chica: ¿Vas a decir que interpreto mal tus palabras? Siempre decías que con una mirada me entendías; y ahora dices que interpreto mal tus palabras.
– Chico: Ay cielo. Anda cuéntame, ¿qué te has comprado en las rebajas?
– Chica: ¿Por qué piensas que todo me lo he comprado para mi? ¿No se te pasa por la cabeza que también he podido pensar en ti?
– Chico: (Contento.) ¿Ah si?
– Chica: Pues no. No había nada para ti.
– Chico: ¿Pero lo has buscado?
– Chica: ¿Tu crees, cariño, que teniendo solamente todo un sábado por la tarde para comprar puedo acordarme de tus gustos? No hijo. Eso es ser muy egoísta por tu parte.
– Chico: Pues enséñame algo. Que aún no me has enseñado nada.
– Chica: Es que no me dejas. No paras de hablar. Y yo lo único que hago es escucharte. Y cada vez que intento decir algo… ¡¡Otra vez!! Vuelves a hablar. Yo entiendo que lleves todo el día solo y que necesites hablar con alguien. Pero estás solo porque tú has querido, porque podía haber venido conmigo.
– Chico: ¿A las rebajas?
– Chica: ¿A dónde piensas que he ido?
– Chico: A las rebajas.
– Chica: Entonces para qué me haces esa pregunta.
– Chico: ¿Qué pregunta?
– Chica: La de si he ido a las rebajas.
– Chico: No recuerdo que te haya preguntado eso.
– Chica: ¿Me quieres volver loca? ¿Me quieres hacer luz de gas?
– Chico: Es que yo sé que tú has ido a las rebajas.
– Chica: ¿Y por qué lo sabes? ¿Es que me has seguido? ¿Qué pasa? ¿No te fías de mí?
– Chico: Pero, cielo, si tu me has dicho esta mañana que ibas a las rebajas.
– Chica: También te digo a veces que duele la cabeza y tú dale que te pego; que si quieres arroz Catalina.
– Chico: Es distinto…
– Chica: Ah, es distinto… Cuando a ti te da la gana me crees y cuando a ti te da la gana no me crees. Esto no funciona así, cariño. Veo que hay ocasiones en las que dudas de mí.
– Chico: ¿Yo?
– Chica: No. Tú no. Perico el de los palotes.
– Chico: No lo entiendo.
– Chica: El qué no entiendes.
– Chico: Que aún no me hayas enseñado nada.
– Chica: Cuatro años de casados y me dices que no te he enseñado nada. Di más bien que tú no has querido aprender nada.
– Chico: Me refería a… (No le deja terminar la frase…)
– Chica: A nada. Para que tú aprendas algo tiene que venir escrito en esos libros que lees. Hay más mundo fuera, ¿sabes?
– Chico: Lo sé. Voy a trabajar todos los días.
– Chica: Lo dices como si tú fueses el único que trabajases. No te tienes que poner tan machito; que yo también traigo un sueldo a casa.
– Chico: Ya sé que no soy el único. Que tu también…
– Chica: Que yo también ¿qué? ¿Me estás llamando machito? ¿No te parezco femenina? ¿No te gusto? Si es eso dímelo, ¿eh?
– Chico: Que no es eso, reina.
– Chica: Entonces ¿qué es? Porque, vamos, me has dicho que soy un tío en toda mi cara.
– Chico: Yo no te he dicho eso.
– Chica: Otra vez.
– Chico: Otra vez, qué.
– Chica: Otra vez me quieres volver loca. Con lo contenta que he venido de las rebajas. Y llego a casa y tú sólo quieres discutir.
– Chico: ¿Yo?
– Chica: (Mirándolo fijamente.) Perico el de los palotes otra vez.
– Chico: Pues chica, enfádate con ese tal Perico.
– Chica: Encima burlas. Es que te lo tomas todo a pitorreo.
– Chico: (Levantándose.) Anda, cielo, ¿por qué no me das un abracito?
– Chica: Con eso crees que se arregla todo. Qué equivocado estás. El abracito es la consecuencia de algo; no la solución a un problema.
– Chico: ¿Qué problema?
– Chica: ¿No te das cuenta que tenemos un claro problema de falta de comunicación?
– Chico: Bueno, tú hablas y yo escucho. ¿Cuál es el problema?
– Chica: ¿El problema? El problema es que me acabas de llamar cotorra.
– Chico: (Volviéndose a sentar y cogiendo el libro.) No, no… Yo no te he llamado cotorra.
– Chica: Con todas sus letras.
– Chico: Cielo, te aseguro que yo no te he querido llamar cotorra.
– Chica: Pero lo has hecho.
– Chico: Habrá sido sin darme cuenta.
– Chica: Desde luego, tienes salidas para todo. Siempre haces las cosas sin darte cuenta. Lo de la taza del váter, ¿también es sin darte cuenta?
– Chico: Bueno, yo…
– Chica: “Bueno yo” ¡¡No cariño!! Que los calcetines se guardan de dos en dos. Y que las camisas cuando llegas a casa no se tienen que convertir en amasijos de tela necesariamente. Y que los zapatos no se limpian solos… Que no soy tu madre para ir detrás tuya limpiando por donde pasas.
– Chico: Ya lo sé, mi amor.
– Chica: Ya lo sabes, pero te gustaría ¿verdad? (Mirándolo.) Y no pongas esa cara de cómplice. Yo sé que te gustaría. ¿Pero sabes por qué me prefieres a mí?
– Chico: Yo no he dicho que te prefiera a ti.
– Chica: ¡¡Qué!! ¡¡Cómo!! Mira… (Poniéndose muy dramática.) Estás consiguiendo hacer de este sábado el más triste de todos.
– Chico: (Levantándose y dirigiéndose hacia ella para abrazarla.) Ay, mi niña.
– Chica: (Evitándolo.) No me toques.
– Chico: Pero si no te toco cómo quieres que te de mimos.
– Chica: Ahora mimos. Hace un momento no querías saber nada de mí y ahora me quieres dar mimos.
– Chico: Yo no he querido saber de ti.
– Chica: Y tienes la cara de confirmármelo.
– Chico: (Dándose cuenta del error de la frase anterior.) No, no, no… Lo que he querido decir es que yo “no” no he querido saber nada de ti.
– Chica: Pero, cari, vamos a ver. ¿Tú crees que soy tonta?
– Chico: ¿Todas estas preguntas las tengo que responder?
– Chica: Nadie nunca me había llamado tonta como tú lo acabas de hacer.
– Chico: Yo no te he llamado tonta.
– Chica: Qué razón siempre ha tenido mi madre. “Esos que son tan callados son los peores”, me dijo. Y tú vas y me lo confirmas.
– Chico: Yo no he hablado de tu madre para nada.
– Chica: Es lo que faltaba. Que ahora te metas con mi madre. ¿Qué te hemos hecho?
– Chico: A mí nada.
– Chica: Entonces, a qué vienen esos insultos hacia mi madre y hacia mí.
– Chico: Que de verdad, que no os he insultado.
– Chica: ¿Y a qué llamas tú a lo que estás haciendo esta tarde?
– Chico: (Volviéndose a sentar y cogiendo, de nuevo, el libro.) ¿Leer?
– Chica: ¡¡Qué cínico!! Eres el marido más cínico que he tenido en mi vida.
– Chico: Y el que más te quiere.
– Chica: Sí. El que más me quiere amargar la existencia. Con la de pretendientes que he tenido.
– Chico: (Sonriendo angelicalmente.) Pero al final te casaste conmigo.
– Chica: ¿Te casaste enamorado?
– Chico: ¿Nos casamos enamorados?
– Chica: No me has respondido.
– Chico: Es que tu pregunta tenía trampa.
– Chica: Ya estamos con las preguntas trampa, ¿no? Cada vez que tengo una pregunta interesante me sales con lo de las preguntas trampa. ¿Sabes? Creo que eso de las preguntas trampa es una milonga que os habéis inventado los hombres para no contestar.
– Chico: ¿Tú crees? (Se hace un silencio. Esta pregunta ha sido una pregunta trampa.)
– Chica: No me líes, cariño. Y no desvíes la conversación.
– Chico: Tienes razón. ¿Me vas a enseñar algo de lo que te has comprado?
– Chica: ¿Por qué no me preguntas qué es lo que me he comprado? O sea, te da igual lo que te enseñe. Has dicho “algo”.
– Chico: He dicho “algo” como podía haber dicho “flores”.
– Chica: ¿Flores? ¿Cuándo me vas a regalar flores, cari? Nunca me regalas flores; nunca me regalas nada.
– Chico: (Señalando a las bolsas.) Si ya te lo compras tú todo.
– Chica: Definitivamente no puedo contigo. Me estresas, cariño. Me estresas.
– Chico: ¿Yo? Pero si yo no te digo nada.
– Chica: No has parado desde que he entrado por esa puerta. Y llego a casa y qué me encuentro. A mi marido con ganas de discutir.
– Chico: No tenía ganas de discutir.
– Chica: ¿No tenías? O sea, cari, que ahora sí tienes.
– Chico: Que no, que no. Que no tenía antes y tampoco tengo ahora.
– Chica: ¿El qué no tienes?
– Chico: Ganas de discutir.
– Chica: Entonces para qué me dices que tienes ganas de discutir.
– Chico: Es que yo no te he dicho que tengo ganas de discutir.
– Chica: Yo lo he escuchado. ¿Ya vamos a empezar?
– Chico: ¿A discutir?
– Chica: Ves como tienes ganas de discutir.
– Chico: Es que no sé que vamos a empezar.
– Chica: Algo que llevas intentando desde que he llegado.
– Chico: Pero es que a ti no te gusta leer.
– Chica: ¿Y qué tiene que ver la lectura con todo esto?
– Chico: No lo sé exactamente. Has sido tú la que has sacado el tema.
– Chica: Pero de qué tema estamos hablando ahora.
– Chico: Del tema de la lectura.
– Chica: ¡¡Pero qué lectura!! Si a mí no me gusta leer.
– Chico: A mí sí. Es lo que he intentado hacer desde que has llegado.
– Chica: Ah muy bien. Me estás diciendo que desde que he llegado no me has escuchado nada de lo que te he dicho. Tu único interés era el librito.
– Chico: ¿Tengo que responder también a eso?
– Chica: ¿También, dices? Si no me respondes a nada.
– Chico: Sí te respondo. Tú preguntas qué intento hacer desde que he llegado; y yo te he respondido.
– Chica: Es que esa no era la respuesta.
– Chico: Pues si tú preguntas y tú te respondes… Vaya discusión más tonta.
– Chica: ¡¡Ves cómo para ti esto es una discusión!!
– Chico: Dime. ¿Cuál es la respuesta?
– Chica: La respuesta a qué.
– Chico: A la pregunta.
– Chica: ¿A qué pregunta?
– Chico: A la que me has hecho.
– Chica: Cari, cielo, tú sabrás la respuesta. No pretenderás que yo conteste a mi propia pregunta. Ya es el colmo de la vagancia.
– Chico: Yo pienso que dos no discuten si uno no quiere.
– Chica: ¿Y tú quieres o no quieres?
– Chico: Claro que no. Cómo voy a querer discutir contigo. (ELLA sonríe.) Es imposible.
– Chica: ¿Por mi carácter apacible?
– Chico: Porque siempre quieres tener la razón.
– Chica: ¿Cómo dices?
– Chico: (Dándose cuenta del error al decir eso.) Pero de buen rollo, ¿eh?
– Chica: Sí. Todo el buen rollo que tú quieras, pero me das la razón como a las tontas. ¿Sabes que en algunos países eso es motivo de divorcio?
– Chico: ¿El dar la razón o el ser tonta?
– Chica: ¿Me estás llamando tonta?
– Chico: No. No. Para nada.
– Chica: ¿Pero tú te crees que soy tonta? (Se vuelve a hacer un silencio.)
– Chico: Bueno, cielo, ¿me vas a enseñar “todo” lo que te has comprado?
– Chica: Me gustaría enseñarte todo lo que me hubiese gustado comprarme.
– Chico: ¿Es que no te has comprado lo que te gustaría haberte comprado?
– Chica: He comprado lo que quedaba.
– Chico: Pero de lo que quedaba habrás comprado lo que te ha gustado, ¿no?
– Chica: No exactamente.
– Chico: ¿No exactamente?
– Chica: No exactamente, cariño. Las cosas son así.
– Chico: ¿Me estás diciendo que en esas diez bolsas que traes no está “exactamente” lo que querías?
– Chica: Lo que “exactamente” quería voló los dos primeros días de rebajas.
– Chico: ¿Ya lo sabías?
– Chica: Como todos los años.
– Chico: ¿Y si ya lo sabes para qué vas?
– Chica: Por si encuentro algo que me guste.
– Chico: Ah, de acuerdo. Y has encontrado todo eso.
– Chica: No exactamente.
– Chico: ¿No exactamente?
– Chica: Sólo me gustó esta pulserita. (Saca de una de las bolsas una bolsita muy pequeñita, y extrae una pulsera.)
– Chico: (Mirando agobiado a las bolsas.) ¿Y el resto?
– Chica: Ay cari, pareces tonto. Cuando compré la pulserita me dije: ¿y qué hago yo con esta pulserita que no me combina con nada? Así que busqué rápidamente unos pendientes a juego. Pero con unos pendientes y una pulserita, cariño, no se sale a la calle. Por lo menos yo no. Hace falta algo más.
Y de repente se me presenta ante mí una blusa ideal; de ésas que la hacen a una más guapa de lo que es. Y ya te imaginas, la blusa necesitaba unos pantalones crema preciosos. Y justo en el expositor de los pantalones había un cinturón marrón precioso. Imagínate, cariño, me llamó enseguida la atención; y claro, a mi me llaman y yo voy. Así que de repente me vi con una pulsera, unos pendientes, una blusa, unos pantalones y un cinturón. ¿Crees que hace falta algo más? (El MARIDO se encoge de hombros cariacontecido.) Claro que sí, cari. Claro que sí. Ese cinturón marrón estaba llamando a gritos unos zapatos marrones. Así que me dirigí a una zapatería en busca de unos zapatos marrones. ¿Y qué crees que hice en la zapatería?
– Chico: ¿Comprar unos zapatos marrones?
– Chica: Sí. Me compré unos zapatos marrones cerrados con cordón; con un taconazo que te mueres. Pero pensé que tenía que darle una mayor variedad a la combinación de zapatos. Así que me compré unos abiertos del mismo tono; una botas color café y uno botines. Y al salir de la zapatería me vino un flash. ¡¡Ay cariño!! Que se me había olvidado comprarme la chaqueta de los pantalones; así que corrí y corrí hasta llegar a la tienda. Y no encontraba la dichosa chaqueta. Así que pensé en devolverlo todo.
– Chico: (Alucinando.) ¿Por una chaqueta?
– Chica: Pero de repente colgada en una percha con un montón de chaquetas negras o azules, o azules y negras. Es que nunca sé si son azules o negras. Que yo no sé por qué a ese azul tan negro le llaman marino; si el mar no tiene ese color. En fin, para no hacerte larga la película; cogí la chaqueta marrón de entre todas las negras. O azules. Pero cuando estaba en caja para pagar se me pasó por la cabeza que también lo podría combinar con un chaleco. Así que, cari, me traje también el chaleco.
– Chico: (Alucinado.) Por una pulserita…
– Chica: Y ya venía para casa cuando al salir de la tienda me vino un aire frío; de esos helados que ha hecho estas navidades. Y me dije, Inma, tienes que comprarte un abrigo bueno. Y he encontrado uno buenísimo, de piel de asno andino.
– Chico: (Sin salir de su asombro.) ¿A que es marrón?
– Chica: ¿El asno?
– Chico: El abrigo.
– Chica: ¿Cómo lo has sabido? (El CHICO pone cara de circunstancias.) Y ya puesta me miré y me dije que cómo iban a desentonar unos guantes negros con tanto marrón; así que fui a una peletería y me compré unos guantes de piel.
– Chico: Marrones.
– Chica: Sí, claro. Marrones. ¿De qué color si no? Y luego pensé que necesitaba el complemento de los complementos. Un bolso.
– Chico: No te ibas a comprar nada y te has traído todo eso.
– Chica: Pero todo necesario, cariño.
– Chico: El drama vendrá si se pierde la pulserita. Lo tendrás que devolver todo.
– Chica: (Mientras ordena las bolsas.) Por cierto, cari, no encontré mi tarjeta y he usado la tuya.
– Chico: (Sorprendido.) ¡¡Cómo!!
– Chica: Pero no te preocupes, cielo. He vuelto en autobús para no hacer mucho gasto.
El CHICO se levanta y hace mutis hacia uno de los laterales. Desapareciendo de la escena. Desde la escena se le escucha pegar gritos para desahogarse. Al poco tiempo vuelve a aparecer por el mismo lateral que salió. Aparece con cara relajada; se siente y coge el libro. Y ante la mirada asombrada de su mujer le pregunta.
– Chico: ¿Has encontrado lo que querías?
Fin
18 respuestas
Quiciera ponerme en contacto con el autor
Hola, quería saber quién es el autor. Gracias.
bacana me rei mucho